Acabo de ver en internet las últimas imágenes captadas del rinoceronte de Java, el mamífero más amenazado del mundo según el diario el “el País”, del cual quedan unos 40 ejemplares en el mundo. Resulta que a lo largo de su corta historia el género humano ha llevado a la extinción a miles de especies animales, ha deforestado Europa entera (las especies vegetales, mucho menos cariñosas como mascotas, pasan más desapercibidas) y gran parte de otros continentes. La desertización es un hecho constatado hace décadas, como el cambio climático, el agotamiento de recursos naturales, la superpoblación y el acumulo incesante de residuos y mierda de diversos tipos (afortunadamente los científicos ya barajan hipótesis para poder mandarla al espacio). Todo esto se ha visto incrementado notablemente en los últimos dos siglos de boyante avance científico, asunto este que, según solemos decir, fundamenta nuestra civilización, enorgullece nuestra identidad y nos hace disfrutar de la vida en “el mejor y más seguro momento de la historia humana”. Sin embargo si miramos las cosas desde el fango el presente, ya no el futuro, parece todo mucho más desalentador. El lugar de Dios lo ocupa ahora la ciencia, depositaria de todas nuestras esperanzas y fe en el progreso pero, al igual que lo estuvo Dios, esta Ciencia parece mucho más preparada para devastar el mundo que para salvarlo.
lunes, 28 de febrero de 2011
lunes, 14 de febrero de 2011
MARCA
Leyendo ese “periódico” me asaltó el otro día una duda terrible. Es una cuestión muy importante, decisiva incluso, de la cual si fuera yo un tipo tremendista podría decir que depende la esperanza o no en el género humano. Tal cuestión versa sobre las personas que enconadamente se empeñan en escribir y publicar este diario, sobre su verdadera y oculta naturaleza, los motivos que les llevan a su frenética actividad y, en definitiva, la percepción que tienen de sí mismos y de su trabajo.
Por un lado, pudiera ser que nos encontráramos ante auténticos genios de humor actual. Un grupo de gentes que, abrumados por el circo mediático, han decidido unirse a él de la manera más escandalosa posible. En este caso, deberíamos considerarlos más guionistas experimentados, rebosantes de vis comica y dotados de un perfecto y negrísimo sentido del humor, que periodistas propiamente dichos. Serían algo muy parecido a los escritores de los Simpson o los hermanos Coen (sólo que en versión española, irremediablemente futbolizados), y es fácil imaginarlos con unas cervezas, bromeando en algo que parece más una reunión de amigos que un debate periodístico, muertos a carcajadas mientras compiten por unir de la manera más absurda posible el palabro “Mou” con una interminable lista de clichés deportivos. El ganador se llevará el titular del día.
La otra opción es más desalentadora. Se puede querer ver a esta gente como tipos serios, preocupados, profesionales que tratan de realizar su trabajo de la mejor manera posible. Personas educadas y cultas que han decidido entregar sus vidas a la transmisión de la actividad futbolísitca (columna vertebral de la historia española reciente), por cuyos vaivenes sufren y hacen sufrir. Podemos imaginarlos entonces recibiendo los informes a primera hora de mañana con rostro preocupado y concentrado, bien vestidos, conscientes de la importancia que detentan en la sociedad mediática española, para al final del día acostarse en cama con la sensación de tener el trabajo bien hecho.
Desde ese día he elucubrado en ocasiones sobre el tema, sin llegar a una respuesta clara. La segunda opción me parece hoy más probable y, sin embargo, me niego por pura lógica asumir la fatalidad de esa conclusión. Me parece sencillamente inconcebible.