Escribiendo me he dado cuenta de que ya no se escribir como antes. Pensando qué ha podido pasarme me he dado cuenta de que ya no se pensar como antes (lógico teniendo en cuenta lo anterior). Al final, leyendo otro blog, me he dado cuenta de que llevo más tiempo sin leer un libro que sin echar un polvo.
"Momento en España llegado tras un régimen de carácter extremista (pero aún con adeptos) que ha cometido barbaridades represivas contra la población civil. Llega un nuevo modelo de estado, con una nueva constitución, que pretende hacer parte de si mismo a la antigua oposición. Se restaura la monarquía borbónica, encarnada en un monarca nuevo eso sí, que debe dotar de estabilidad al nuevo sistema. Para ello también se consigue la domesticación de la izquierda, que cede parte de sus principios básicos para acceder al poder. Se desarrolla un bipartidismo con dos grupos parlamentarios que se acaban turnando de manera más o menos alternativa, pero cuyos programas no son esencialmente tan opuestos como pretenden. Los resultados del resto de partidos son meramente anecdóticos, y su reiteración en el poder produce en muchos casos descontento y sensación de desengaño con las esferas políticas."
y sin conocer más datos feche usted el inicio de este acontecimiento (fechas aprox)
A) 1875 (después de Cristo) B) 1975 (después de Cristo también)
Los incrédulos dudan, y es que estas cosas pasan poco pero pasan. Jenofonte nació de padres terratenientes en el demos de Atenas en el 431 a.C., el mismo año que comenzó la guerra del Peloponeso. Fue discípulo de Sócrates y cuando llegó a la edad militar pasó a integrar las filas de la caballería aristócrata ateniense.
Cuando Atenas perdió definitivamente la guerra Jenofonte fue uno de esos muchos griegos que comenzaron a alquilar sus espadas a buen precio. Tras 30 años ininterrumpidos de conflicto los soldados helenos habían alcanzado fama en el extranjero, y ya que muchos de ellos no eran capaces de desempeñar otra función su demanda creció como la espuma. Fue por eso que Ciro el Joven, hermano menor del rey de reyes Artajerjes II, acudió a la hélade en busca de un ejército con el que liquidar a su hermano y hacerse con el trono del inagotable Imperio Persa. Reclutó a unos 10.000 griegos, la mayoría espartanos (de entre la gente que no sabía qué hacer en vez de guerrear, los espartanos se llevaban la palma), de un total de 50.000 soldados según algunas fuentes. En Cunaxa, unos 70 km al norte de Babilonia, se libró la batalla definitiva. Las tropas de Artajerjes, señor de las cuatro esquinas del mundo, aniquilaron al ejército de su hermano, muriendo el mismo Ciro en la batalla. Sólo el flanco derecho, compuesto por la élite espartana dirigida por el legendario Clearco, consiguió sobrevivir prácticamente intacto a la sangría.
Esa noche llegaron emisarios persas al campamento griego; Artajerjes II ofrecía a los supervivientes su magnanimidad, pues como extranjeros y mercenarios ya nada les ataba a la fraticida empresa de su hermano. Para acordar una tregua en condiciones se citó a todo el alto y bajo mando de los griegos en el campamento persa a la mañana siguiente. Todos acudieron, todos excepto un tal Jenofonte, un oficial de bajo rango que estaba enfermo, y por supuesto todos ellos fueron asesinados. Cuando la noticia de la traición llegó al campamento griego cundió el pánico, la muerte de Clearco, así como la del resto de oficiales, dejaba a los griegos a total merced de Artajerjes. Cuando Jenofonte despertó se había convertido en el oficial de más alto rango del ejército, rápidamente se hizo cargo de la situación, reunió a los hombres y pronunció un discurso en el que afirmaba que, costara lo que costara, él llevaría a aquellos hombres de vuelta a casa. En plena noche, aprovechando la sorpresa del enemigo que les acechaba y antes de que los persas pudieran intentar nada, Jenofonte levantó el campamento y puso rumbo al oeste desde el mismo corazón del Imperio Persa.
Entre los griegos y las aguas del Egeo se interponían más de 4.000 kilómetros poblados de tribus bárbaras, montañas que apresaron al mismo Prometeo, cientos de ciudades enemigas que no ofrecerían ni cobijo ni alimento y desiertos que aún hoy no han conseguido conquistar los soldados estadounidenses. Además de un innumerable ejército persa pisándoles los talones. El éxito griego estaba mucho más allá de línea de lo factible, y nadie necesitaba un oráculo para vaticinar su inminente derrota. Pero para bien o para mal la historia, o la vida si se prefiere, tiene a veces pequeños detalles, y el resultado final puede ser impredecible. Cientos de soldados griegos murieron, bien sorprendidos por los ataques persas, bien sepultados bajo el hielo o engullidos por la danza de las dunas del desierto, pero el ejército, con Jenofonte a la cabeza, seguía avanzando.
La causa en parte debe buscarse en unos soldados bastante peculiares que poblaban el ejército heleno. Se trataba de jóvenes pastores reclutados en Rodas que habían convertido su honda de caza en un arma letal. Los lacedemonios los llamaron con sorna “los apicultores de Jenofonte” debido al silbido que emitían sus balines cuando salían disparados de la honda. Los espartanos solían burlarse de ellos por su aspecto aniñado y femenino y por la deshonra que acarreaba la lucha a distancia. Un día Jenofonte realizó una prueba de tiro. Resultó que cada uno de estos soldados podía alcanzar entre ceja y ceja a un enemigo a una distancia dos veces superior a la que llegaba cualquier arco. No volvieron a oírse risas entre los espartanos. Los apicultores movían siempre entre la retirada y los flancos, defendiéndolos de los comunes ataques y asegurando siempre que el enemigo se detuviera a una distancia prudencial, y los espartanos por su parte acudían al rescate si alguna escaramuza persa amenazaba con alcanzar a los indefensos tiradores.
Finalmente cuando Jenofonte creía estar por fin cerca de la colonia griega de Trapezunte (actual Turquía) llegaron a la retaguardia profundos alaridos de la cabeza de la expedición, que acababa de subir una colina. Jenofonte mandó formar rápidamentelas tropas y acudió al rescate a la cima de la ladera tan rápido como pudo. Con forme subía se hacía mayor el griterío, y arriba encontró a cientos de sus soldados yaciendo en el suelo. Entonces entendió lo que decían entre lagrimas: “¡Thalassa! ¡Thalassa!”, “El mar, El mar”. Meses después los griegos volvían a divisar mar abierto, su ruta directa a casa.
Pero aún quedaba una desagradable sorpresa para estos miles de odiseos, en los alrededores de Trapezunte los soldados encontraron una gran cantidad de paneles de abejas, y rápidamente se dispusieron a disfrutar de la victoria degustando el inesperado manjar. Hoy conocemos la posibilidad de intoxicación con las grayanotoxinas de la miel, pero en aquella época se atribuyó a un castigo divino. Muchos de los que habían sobrevivido al viaje murieron ese día en Trapezunte, celebrando el seguir con vida, apicultores incluidos.
Fue así como Jenofonte acabó por cumplir su promesa y escribió una de las páginas más inverosímiles de la historia. Vivió el restó de su vida acogido en Esparta, dedicado a la escritura de libros de historia y filosofía. Su obra Anábasis, donde narra la Expedición de los 10.000, es muy utilizada entre los estudiantes de griego clásico por su gramática clara y su prosa directa y simple. Es también uno de los libros más aburridos que he leído nunca, pero mas allá del soporífero estilo del autor se esconde una de esas historias emocionantes e increíbles que le hacen pensar a uno que todo es posible, una historia además que Hollywood no ha destrozado todavía. No se si en Los Angeles están enterados de estos asuntos, pero por favor no les comentéis nada, que sea nuestro pequeño secreto.
Tenga cuidado. El paso del tiempo afecta indiscriminadamente a todos los seres y objetos. Su avance es implacable e impredecible, modela los contornos, erosiona las formas, incluso puede afilar las aristas. Extiende su alcance sobre todas las cosas, y las huellas de su acción pueden alterar despiadadamente cualquier forma y contenido. Este puede ser el motivo de que no reconozca a primera vista personas y cosas que, de hecho, le son familiares. Extreme las precauciones.
La bochornosa derrota de Francia en la guerra con Prusia en 1870 provocó una conmoción absoluta en el país galo que desembocó en un nuevo cambio del sistema político. Cuando en 1898 España perdió definitivamente la isla de Cuba las repercusiones en el ámbito político fueron prácticamente nulas, ni si quiera aconteció un cambio del partido en el gobierno. Por el contrario, el resto de la sociedad española (desde intelectuales y artistas hasta el pueblo llano y trabajador) clamó al cielo por la derrota implacable de la soberanía hispana en su perdido imperio, se generalizó un pesimismo ancestralmente arraigado focalizándose esta vez sobre las terribles repercusiones internacionales y de prestigio que tendría fallida guerra sobre la colonia. De fondo quedaba el general descontento de la población con el sistema de la restauración alfonsina, un método que se demostraba ineficaz a la hora de resolver los acuciantes problemas del país. Corrieron ríos de tinta criticando el espejismo democrático del pucherazo, el ficticio gobierno del pueblo en el que un rey y dos partidos se habían puesto de acuerdo para instaurar su soberanía y turnarse alternativamente en el poder, anulando más allá de los márgenes de este modo de hacer a toda oposición posible.
Afortunadamente, hoy todo es distinto. La radical diferencia es que hoy somos nosotros los que hemos puesto al rey en su trono, somos nosotros los que hemos formado dos partidos políticos y somos nosotros los que los alternamos cada ocho años en el poder. Esta claro que lo tenemos todo bajo control.
Se prepara. Se arregla, se viste, se peina. Se echa colonia, se remira en el espejo y se vuelve a mirar, es la repetición lo que da fuerza al ritual. Mira el reloj y llega puntual. El día puede ser largo, pero son esos veinte minutos lo que importan. Veinte, los que tarda el bus de casa al trabajo, lo que duran los juegos del recreo, la charla después de comer, el rato que se coincide en los cambios de turno. Pocos minutos para todo lo que deben guardar. Se encuentran, y comparten juntos el tiempo obligado, casual. Un cómo te va, bastante bien, y a ti, también. Un silencio, un buscado cruce de miradas, una sonrisa, un comentario banal, inerte. Puede que una broma, un chiste y después una risa exagerada. Unos dedos acariciándose la oreja o el pelo. Y ya poco más. Un adiós, cuídate, tú también. Todo sin forzar. Un roce casual al salir y su pequeño escalofrío. Un suspiro cuando está lejos. Y luego el resto de la vida, al menos hasta los veinte minutos siguientes, que es la repetición lo que da fuerza al ritual.
A mi abuelo le encantaba narrar historias. Sus “cuentos”, todos reales, todos geniales y vividos en primera persona me han acompañado desde que tengo memoria. Los tenía para todos los gustos y situaciones, elegidos dependiendo del humor y disposición de su público. La mayoría de ellos los protagonizan los padres, abuelos y parientes de gente que conozco al menos de vista, gente que muchas veces ignora que su tío o su abuelo tenía una estrecha amistad con el mío, y que hace 40 años vivieron juntos una pequeña aventura digna de ser contada. Es posible que muchos de ellos no conozcan estas historias, y puede que no les importe, ahora yo mismo me arrepiento de no haberles prestado más atención, de no haber preguntado más, de pensar que siempre habría otro momento más apropiado para las densas batalletas del abuelo. Desgraciadamente esos momentos desapropiados han tocado a su fin, dejando cierta sensación de irritante culpa en los que por indolencia dejamos caer en el olvido un buen puñado de grandes historias. Por eso creo que debería contar alguna de las que recuerdo, porqué lo merecen, porqué si no nadie lo hará, y porqué creo que me sentiré mejor.
Empezaremos, indudablemente, por alguna del abuelo Paco, al que nunca conocí, el abuelo de mi padre y mis tíos, el que hasta su muerte guardó bajo el colchón miles de pesetas de la República por si acaso, el que un día apareció en el hospital con la nariz en la mano y la escueta petición de que se la cosieran, el que daba las peores propinas de todo el pueblo, el que tenía las manos más grandes que la cara, el que trataba de curarlo todo con crema Nivea (nunca ha estado claro si lo intentó con la nariz), el que llevó a sus nietos al cine y se empecinó en que había que irse cuando acabó el nodo, un hombre de ideas claras, con firmes convicciones que le llevaron a cambiar de bando en la guerra civil en varias ocasiones, obedeciendo a la calidad del rancho. El abuelo Paco al que un día mi tío Rafa, el más joven de sus nietos, fue a pedirle que le comprara una motocicleta.
No era desde luego una petición descabellada, mi tío estudiaba en el seminario y a la salida tenía que correr hasta el campo de fútbol, en la otra punta de la ciudad, para llegar a tiempo a entrenar, y una moto le solucionaría mucho la vida. El abuelo Paco tenía muchas virtudes pero como ya se ha insinuado el reparto libre de capital no era una de ellas, “era preto de cojones”, como dicen en mi casa. De todas formas el abuelo ya era mayor, y finalmente y tras muchos y largos intentos las suplicas de su nieto debieron calar en el anciano, que se compadeció de mi tío y le prometió la ansiada motocicleta. Lo más difícil estaba hecho, en teoría. En la práctica el abuelo Paco se encaminó decidido a la tienda, pensando en la razón que tenía su nieto al pedir un medio de transporte, pero también pensando que tal vez una motocicleta no fuera la adquisición ideal para la familia ni para el ninín, seguro que se podía conseguir algo mas provechoso que una mísera motocicleta. Y así fue como el abuelo Paco regresó a casa esa tarde con un flamante motocultor nuevo para su nieto, motocultor con el que mi tío podría atravesar el pueblo hasta el campo y que además sería muy útil en la huerta.
Así era el abuelo Paco. Hay que decir que las quejas y risas unánimes de toda la familia y la humillación a la que se veía sometido mi tío obligaron a mi bisabuelo a devolver finalmente el motocultor, que después volvió a casa apenado y roñando porqué en la tienda le habían estafado, que él pago con dinero contante y sonante y el vendedor le había timado dándole un cheque. Finalmente mi tío conseguiría una moto, y aún tiene una que usa a diario, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Así eran las historias de mi abuelo. A mi me encantan, y prometo contar alguna de vez en cuando.
Nacido en Barbastro sin consultar previamente al interesado, ahora intenta estudiar historia en Zaragoza y vive y come en el CMU Pedro Cerbuna (por lo que toda donación de comida será bien recibida). Le gusta la leche, el fuet, el chocolate, mojarse cuando llueve y la gente que se desnuda en publico sin motivo aparente. No le gusta el plátano, los dátiles ni la gente que no aprieta la mano cuando saluda.
Pon un daltónico en tu vida, molan mucho y son graciosos
Pon un punki en tu vida, huelen raro pero también molan
No veas la película "Ágora", es muy mala
Lee mucho y de todo, pero evita títulos del tipo de: "La venganza de los templarios vampíricos en el siglo XXII . 2ª parte: la secta de las sombras" por Dawn Brown hijo
"Los soles salen y se ponen, pero cuando nuestra efímera luz se extingue, la noche es para siempre, y el sueño eterno" (Catulo, S I a.C)
"No hay opiniones estúpidas, hay tontos con estudios" (A.López "Piki", S XXI d.C)
"La justicia militar es a la justicia lo que la música militar es a la música." "El matrimonio es una gran institución. Por supuesto, si te gusta vivir en una institución. " "Bebo para hacer más interesante a los demás" (G.Marx, S XX)
"Es más facil emborrachar a una niña que enamorar a una mujer" (Enrique Chicote, s XXI)
"Hemos estado alargando la calidad de vida en un mundo que hemos convertido en inhabitable" (Señor negro de "The man from the Earth")
MAL DICHO
"Aún no existía el Islam que Ceuta y Melilla ya eran españolas" ("Gonzalo de Berceo" AlfayOmega. S XXI)
"Aún no he visto a ningún musulman pedir perdón por invadir españa 600 años" (J.M.Aznar, S XX)
"La violencia es el único medio de lucha, y la sangre el carburante de la historia... " (Iosif Stalin, S XX)