"Fuera del perro, un libro es probablemente el mejor amigo del hombre, y dentro del perro probablemente está demasiado oscuro para leer." (G.Marx)

lunes, 15 de marzo de 2010

MI TRISTE ESPAÑA (I)

La bochornosa derrota de Francia en la guerra con Prusia en 1870 provocó una conmoción absoluta en el país galo que desembocó en un nuevo cambio del sistema político. Cuando en 1898 España perdió definitivamente la isla de Cuba las repercusiones en el ámbito político fueron prácticamente nulas, ni si quiera aconteció un cambio del partido en el gobierno. Por el contrario, el resto de la sociedad española (desde intelectuales y artistas hasta el pueblo llano y trabajador) clamó al cielo por la derrota implacable de la soberanía hispana en su perdido imperio, se generalizó un pesimismo ancestralmente arraigado focalizándose esta vez sobre las terribles repercusiones internacionales y de prestigio que tendría fallida guerra sobre la colonia. De fondo quedaba el general descontento de la población con el sistema de la restauración alfonsina, un método que se demostraba ineficaz a la hora de resolver los acuciantes problemas del país. Corrieron ríos de tinta criticando el espejismo democrático del pucherazo, el ficticio gobierno del pueblo en el que un rey y dos partidos se habían puesto de acuerdo para instaurar su soberanía y turnarse alternativamente en el poder, anulando más allá de los márgenes de este modo de hacer a toda oposición posible.

Afortunadamente, hoy todo es distinto. La radical diferencia es que hoy somos nosotros los que hemos puesto al rey en su trono, somos nosotros los que hemos formado dos partidos políticos y somos nosotros los que los alternamos cada ocho años en el poder. Esta claro que lo tenemos todo bajo control.

miércoles, 3 de marzo de 2010

DE RUTINA Y COMAS

Se prepara. Se arregla, se viste, se peina. Se echa colonia, se remira en el espejo y se vuelve a mirar, es la repetición lo que da fuerza al ritual. Mira el reloj y llega puntual. El día puede ser largo, pero son esos veinte minutos lo que importan. Veinte, los que tarda el bus de casa al trabajo, lo que duran los juegos del recreo, la charla después de comer, el rato que se coincide en los cambios de turno. Pocos minutos para todo lo que deben guardar.
Se encuentran, y comparten juntos el tiempo obligado, casual. Un cómo te va, bastante bien, y a ti, también. Un silencio, un buscado cruce de miradas, una sonrisa, un comentario banal, inerte. Puede que una broma, un chiste y después una risa exagerada. Unos dedos acariciándose la oreja o el pelo. Y ya poco más.
Un adiós, cuídate, tú también. Todo sin forzar. Un roce casual al salir y su pequeño escalofrío. Un suspiro cuando está lejos. Y luego el resto de la vida, al menos hasta los veinte minutos siguientes, que es la repetición lo que da fuerza al ritual.