A mi abuelo le encantaba narrar historias. Sus “cuentos”, todos reales, todos geniales y vividos en primera persona me han acompañado desde que tengo memoria. Los tenía para todos los gustos y situaciones, elegidos dependiendo del humor y disposición de su público. La mayoría de ellos los protagonizan los padres, abuelos y parientes de gente que conozco al menos de vista, gente que muchas veces ignora que su tío o su abuelo tenía una estrecha amistad con el mío, y que hace 40 años vivieron juntos una pequeña aventura digna de ser contada. Es posible que muchos de ellos no conozcan estas historias, y puede que no les importe, ahora yo mismo me arrepiento de no haberles prestado más atención, de no haber preguntado más, de pensar que siempre habría otro momento más apropiado para las densas batalletas del abuelo. Desgraciadamente esos momentos desapropiados han tocado a su fin, dejando cierta sensación de irritante culpa en los que por indolencia dejamos caer en el olvido un buen puñado de grandes historias. Por eso creo que debería contar alguna de las que recuerdo, porqué lo merecen, porqué si no nadie lo hará, y porqué creo que me sentiré mejor.
Empezaremos, indudablemente, por alguna del abuelo Paco, al que nunca conocí, el abuelo de mi padre y mis tíos, el que hasta su muerte guardó bajo el colchón miles de pesetas de
No era desde luego una petición descabellada, mi tío estudiaba en el seminario y a la salida tenía que correr hasta el campo de fútbol, en la otra punta de la ciudad, para llegar a tiempo a entrenar, y una moto le solucionaría mucho la vida. El abuelo Paco tenía muchas virtudes pero como ya se ha insinuado el reparto libre de capital no era una de ellas, “era preto de cojones”, como dicen en mi casa. De todas formas el abuelo ya era mayor, y finalmente y tras muchos y largos intentos las suplicas de su nieto debieron calar en el anciano, que se compadeció de mi tío y le prometió la ansiada motocicleta. Lo más difícil estaba hecho, en teoría. En la práctica el abuelo Paco se encaminó decidido a la tienda, pensando en la razón que tenía su nieto al pedir un medio de transporte, pero también pensando que tal vez una motocicleta no fuera la adquisición ideal para la familia ni para el ninín, seguro que se podía conseguir algo mas provechoso que una mísera motocicleta. Y así fue como el abuelo Paco regresó a casa esa tarde con un flamante motocultor nuevo para su nieto, motocultor con el que mi tío podría atravesar el pueblo hasta el campo y que además sería muy útil en la huerta.
Así era el abuelo Paco. Hay que decir que las quejas y risas unánimes de toda la familia y la humillación a la que se veía sometido mi tío obligaron a mi bisabuelo a devolver finalmente el motocultor, que después volvió a casa apenado y roñando porqué en la tienda le habían estafado, que él pago con dinero contante y sonante y el vendedor le había timado dándole un cheque. Finalmente mi tío conseguiría una moto, y aún tiene una que usa a diario, pero esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
Así eran las historias de mi abuelo. A mi me encantan, y prometo contar alguna de vez en cuando.